Escribir sobre Ceres no crean que es fácil. El que allí nació, se crió y compartió su adolescencia, antes de partir para buscar su destino -es mi caso-no es simple. ¿Cómo podía uno imaginarse este presente, habiendo vivido aquel pasado?. Soy de los ceresinos que aún un poco lejos de la ciudad, trato de hacer lo que pueda por no alejarme de todo aquello. Y créame que no sólo es un gusto, sino una necesidad. Especialmente porque mi esposa también es del “pago”.
A Ceres la ví crecer, como aquel día de 1960 cuando el gobernador, don Carlos Sylvestre Begnis, algunos años después un gran amigo, llegó en un avión blanco, que sobrevoló la zona frente al hospital (hoy el viejo hospital), para luego presidir la ceremonia que convirtió –por un decreto provincial- en Ceres pueblo en Ceres ciudad.
Por suerte, Ceres evolucionó. De las calles de tierra pasamos al pavimento (el asfalto es otra cosa), se concretaron canales de desagües, se cerraron avenidas. Creció. Y eso es maravilloso, porque los pueblos que miran hacia atrás, aprenden, pero si no miran hacia adelante, se estancan.
Conocí intendentes –pocos como Guillermo Decker-, viví sus clubes (Central y Atlético), viví a muerte mi “campito”, ingresando por Delfor del Valle hasta Avda. Belgrano, aquel que atesoró tantos triunfos y desilusiones, aquellos sábados entre las 10 y las 21, cuando se jugaba hasta que la pelota (muchas veces la de trapo) fuera borrada por la oscuridad. Aquellos años en que los “viejos” (ojo con decir esa palabra en su presencia) nos compraban, al menos para nosotros, una zapatilla “spores”, como le decíamos, solo para Educación Física.
Por eso está firme en mi retina esas tardes de verano caminando hacia la cancha (para nosotros el más lindo estadio del mundo) que tenía en su borde sur un árbol gigante en el cual todos nos iniciamos hacia la trunca carrera de artistas circenses. Sólo lo lograba “Chipote”, ese muchacho mezcla de nuestras intenciones frustradas y el coraje –a veces desmedidos- que ni “Chacho” Tévez ni su “loro” lograban contener. El plumífero repetía decenas de veces: “Chipote bajate..,.”
Cuánto cambió la ciudad. Vinieron pavimento, desagües, semáforos. Creo que no hay terreno disponible sobre calles pavimentadas para construir.
Ya se aproxima a los 20 mil habitantes y, según lo admiten políticos y empresarios, Ceres es hoy una ciudad, quizá la más importante en su zona, que acompaña a la provincia en materia de salud y seguridad. Su flamante hospital es “orgullo” de la región. Su cadena productiva es inmejorable, en momentos en que la economía en escala padece los efectos de una contracción, generada por la pandemia del Covid 19.
Coincido con la señora intendenta, Alejandra Doupuy, cuando sostuvo que “cumplir 128 años es también imitar y recordar el compromiso de aquellos que construyeron la ciudad que hoy somos”. Ese es el compromiso que muchas veces analizamos los ceresinos residentes en el Gran Santa Fe, que nos reunimos anualmente. También lo hacen en Córdoba, Buenos Aires, Rosario y otros tantos lugares. Es una linda forma de mantener vivo el recuerdo. Les aseguro que todos dejamos de lado compromisos, no nos fijamos en los kilómetros que tenemos que recorrer para estar, pero estamos. Créame que nunca vi un espíritu tan “corporativo” como el que manifestamos los ceresinos cuando nos reunimos volviendo al pago. Da gusto reunirnos la noche previa y la posterior. Los que no lo saben, imagínense lo que es hablar el mismo idioma.
Ceres, para mi y para tantos, tiene aún ese “encanto” que no lo puede expresar el que no lo vivió. El que no vivió sus calles de tierra, su ferrocarril, el puente de la estación, la salida de los mayores a “ir a ver el tren mixto de las 21”, o como hacía este servidor para buscar los lunes a la noche un ejemplar de La Nación, el diario para el cual –lejos de imaginarlo- iba a trabajar desde Santa Fe durante 43 años.
Quien no quisiera volver hoy a caminar sus calles, a llenar sus pomos en los carnavales de las avenidas o esperar el colectivo para ir a los bailes cuya preferencia se disputaban Central y Atlético. Mire, daría tantas cosas por volver a estar en la “Pista Quilmes”, verlo y escucharlo a Nelo Longo, micrófono en mano, pedirle a unos muchachos “bájensen…no se quieran colar guachos de m…”, como si los que intentaban hacerlo querían hacerlo con un fin que no fuera divertirse.
A quién no le gustaría apretarse nuevamente hoy contra el alambrado para un clásico Central-Atlético. Los que jugamos aquellos inolvidables torneos de “mosquitos” en la pista de la Sociedad Española, sabíamos que después tendríamos la oportunidad de algo más “grande”. Cómo olvidar los torneos barriales. Los Garzón con el equipo de “Jardín Florido”, el de “La burra atada”, los muchachos de “El silencio”, y otros tantos. Pensar que una vez jugamos con arcos con redes. Nos parecía un sueño. Siempre recordaré cuando la noche le quitaba brillo al sol y los “vagos” nos íbamos con las “boyeros” en la mano, para no arruinarlas, para cumplir con los que nos pedían los viejos, sabiendo además que esas eran las únicas zapatillas para todo el año.
Qué no daría por volver a la confitería de los Monteferrario, a pasar por el Hotel Italia, jugar un billar en el bar “Avenida”, frente a la tienda del señor Manrique y de la Gráfica Ceres (me cobijó en primeros trabajos periodísticos para La Verdad) o en lo de Spotti, antes o después de la función del cine.
Qué no daría por volver a escuchar a Los Clipper’s, a mis entrañables “Cuatro Amigos”, con Escobar, Revelli, Dalmasso y Chesta (fue un bálsamo integrar ese grupo), la voz del Hugo Osenda, la de Berto Massaccesi (Publicidad Oral Ceres), de “Pirulo” Crespín o la orquesta de Luis Benévole, o la típica de Hugo Sala, por citar algunos de los tantos grupos que subieron a los escenario de la zona y llenaron “pistas” de baile. También hubo cantantes solistas de aquella época que fueron parte de la historia musical de nuestro “pueblo” (grande Armando Villalba).
No puedo dejar de mencionar los grupos de ceresinos residentes en otras partes del país. Es importante, porque no reniegan de su pasado. Todo lo contrario, se “vuelven locos” cuando surge una convocatoria. Siento un sabor amargo por la despedida de “Pipi” Decker. Gran tipo, el mejor “marcador central” que vi en Central, una esas personas que uno quisiera tener cerca a su lado para charlar, para compartir. Ojalá podamos seguir sembrando semillas del recuerdo que nos generan estos detalles. No son acontecimientos sino apenas detalles de la vida de cada uno. Lo que ocurre es que “Ceresinos somos muchos…y, además, buenos”. No lo olviden.