La “pax” que venía a buscar Javier Milei después de los agravios y los epítetos irreproducibles que en los últimos años le dedicó al máximo jefe de la Iglesia católica llegó este domingo, 24 horas antes de la audiencia oficial prevista para mañana. Ocurrió cuando se dio el tan esperado saludo entre los dos en la Basílica de San Pedro, al final de la ceremonia, que se esperaba formal, pero que superó todas las expectativas. Entonces Milei y el papa Francisco se fundieron en un abrazo impactante, que lo dijo todo. Y tuvieron un breve intercambio, marcado por sonrisas, una conexión evidente entre los dos y el clásico humor porteño de Jorge Bergoglio, arma que suele utilizar para superar incomprensiones y tensiones y comenzar nuevos procesos.
Evidentemente emocionado y quizás descolocado por esa pregunta, Milei le dijo al Papa: “¿Le puedo dar un beso?”. Y Francisco, de 87 años, le contestó enseguida, sin dudar: “¡sí, hijo, sí!”. En ese momento Milei se abalanzó sobre él, que estaba sentado en su silla de ruedas y lo abrazó con fuerza, como si se tratara de un hijo pródigo.
“Es un gusto verte y gracias por venir, vos que sos medio (judío), que Dios te bendiga”, le dijo a continuación el papa Francisco, cariñoso como un abuelo, siempre sonriente y en tono totalmente distendido e informal, demostrándose listo para iniciar un diálogo constructivo, como dijo recientemente en una entrevista, en la que por segunda vez le bajó el tono al pasado de insultos, diciendo que es normal que se digan ciertas cosas en campaña.
A su turno también Karina Milei, la hermana del primer mandatario, secretaria General de la Presidencia, vestida de riguroso negro, también pidió permiso para darle un beso al Pontífice, que por supuesto accedió. “Gracias por recibirnos”, le dijo la alta funcionaria. “Gracias por apoyarlo a él”, le contestó Francisco, mirándola a los ojos seriamente, demostrando estar muy al tanto del crucial papel que juega ella, “el jefe”, como la apodó su propio hermano.
El “miracolo” (milagro) de algún modo pareció provocarlo Mama Antula, la primera santa argentina, que con su canonización dio pie a la visita de Milei. El mandatario libertario tuvo una excusa para viajar a Roma y concretar esa “pax” añorada no sólo por él, que dijo públicamente haberse arrepentido por haber ofendido al “argentino más importante de la historia”, sino por buena parte de los argentinos.
En el saludo posterior a la ceremonia, en efecto, con ese abrazo se dio la cicatrización de una herida abierta, la superación de la famosa “grieta”, que también se había formado a raíz de esas misas de desagravio organizadas por curas villeros durante la campaña electoral. Entre los argentinos presentes en la ceremonia, por lo bajo todos hablaban de la esperanza de una nueva etapa, de diálogo, de unidad, de un viaje “sanador” del Papa a su tierra.
Con información de La Nación