El peronismo santafesino ha decidido darse una campaña amable. Para eso los cuatro precandidatos transformaran las diferencias en necesarios matices de campaña. Doce años fuera del poder en la provincia les dio el suficiente tiempo para pensar y convencerse que, como lo enseñó Perón, entre la sangre y el tiempo siempre hay que elegir el tiempo.
Las cuatro fórmulas que competirán en las internas abiertas del próximo 16 de julio se sacaron el viernes una foto más que amigable en la sede del partido Justicialista donde se mostraron unidos y convocaron a todos quienes tengan algo para aportar. Paz, amor y buenas ondas para seguir gobernando la provincia desde el próximo 11 de diciembre.
«Cuando hablamos de unidad no hablamos de lista única. La unidad se puede hacer de la construcción colectiva, con matices, con diferencias. Pero la experiencia de hace cuatro años arrancó así, con dos fórmulas que compitieron compartiendo objetivos comunes. Hoy no venimos a mostrar que pensamos todos igual, venimos a mostrar que, con nuestras disidencias, con nuestras diferencias, podemos llevar adelante un proyecto donde en el 90% de los objetivos coincidimos», dijo el presidente del PJ Ricardo Olivera.
El contexto que enfrentarán los precandidatos peronistas está atravesado por la crisis de seguridad que ya tiene más de una década, y que esta gestión empeoró, severa en Rosario y las ciudades más grandes de la provincia y con menor incidencia en el interior, donde los problemas son otros; y una campaña nacional donde las diferencias en el oficialismo son alimentadas todos los días por declaraciones que no ayudan a bajar los decibeles de la disputa, en un contexto de frustración y rechazo de la dirigencia política.
Tiene a favor una oposición provincial que ha llevado su disputa interna a un lugar del que va a ser muy difícil volver, muy agresiva, con acusaciones graves que ponen en duda la honestidad de algunos candidatos y que a esta altura de la campaña y los dichos solo una negociación política muy precisa podrá revertir, aunque esto ya se intentó y no se pudo avanzar. Gane quien gane la interna, esta pelea opositora va a generar una dispersión de votos hacia otras opciones. Un escenario más parecido al del peronismo 2011 que al de 2019, que hasta ahora parece haber sido una excepción.
De ninguna manera estamos viviendo una situación pre revolucionaria ni una crisis como la de 2001 donde tronaba el que se vayan todos, aunque la gente siente que la inmensa mayoría de dirigencia política ya no la representa y la percibe como una subclase social autónoma, muchas veces convertida en una pyme familiar, que no tiene ni vive los mismos problemas que cualquier ciudadano de a pie. Hay pocos dirigentes políticos que saben cuánto cuesta el boleto de colectivo.
Existe sin dudas un hartazgo social producto de una situación económica difícil – que tampoco puede compararse con el 2001 pese a los enfáticos calificativos de los que solo buscan escandalizar- que agobia a los argentinos desde hace 5 años cuando gobernaba Juntos por el Cambio, con una pérdida del poder de compra de los salarios que se profundizó con la pandemia y un proceso inflacionario que todos comentan y nadie puede frenar, pese a las recetas que economistas dicen tener para ponerle fin.
En este contexto, el peronismo ha mostrado en los procesos electorales provinciales una fortaleza importante, ganando las elecciones con candidatos propios, aliados o retoños del mismo palo como en San Luis donde la oposición de Claudio Poggi solo se explica por su pelea con los Rodriguez Saá en 2015 después de haber gobernado la provincia por un período. De hecho, en estas elecciones Adolfo lo apoyó junto a otros partidos políticos.
Lo mismo puede decirse de Neuquén donde quien ganó es un dirigente del MPN disidente, aunque histórico aliado del peronismo. En Jujuy Gerardo Morales, líder de la UCR, ratificó su liderazgo imponiendo un sucesor Carlos Sadir, aunque el frente Cambia Jujuy, que se armó en 2015 para ganarle al peronismo en esa provincia también es integrado por el Frente Renovador.
Hasta ahora, a los candidatos que se presentan con discursos y propuestas extremas no les ha ido bien. No solo los aliados e imitadores de Milei han sacado menos votos de los esperados en Tucumán y La Rioja donde tenían apellidos ilustres y aparato territorial, sino que tampoco le ha ido bien a Alfredo Cornejo, un aliado de Patricia Bullrich, que apenas superó el 25 por ciento de los votos, pese a ser un jefe territorial que gobernó Mendoza, designó a su sucesor y quiere volver a gobernarla.
Una encuesta de Zubán Córdoba y Asociados publicado la semana pasada muestra que la sociedad argentina sigue apoyando políticas que algunos candidatos proponen derogar. El 90 % está en desacuerdo con bajar jubilaciones y pensiones; más del 80 % en arancelar la salud y la educación públicas; el 77,4 % en permitir la libre portación de armas; en 68, % en privatizar las empresas públicas y el 63 % en dolarizar la economía.
También responde que al menos el 60 % de los candidatos a presidente no están preparados para serlo. La conclusión es bastante simple y clara: lo que está en crisis es la relación de la sociedad con la clase política y no con el país.
Probablemente quien más entendió la necesidad de sumar la mayor parte de esta fortaleza que han mostrado hasta ahora los líderes provinciales entre los candidatos opositores es Horacio Rodríguez Larreta, quien se sumó a todos los festejos que pudo al mismo tiempo que proponía ampliar la coalición con dirigentes importantes como Juan Schiaretti, el menos kirchnerista de los peronistas y líder del segundo distrito electoral del país, o referentes territoriales que le den musculatura a una candidatura que tiene mucho de porteña y poco de interior.
Sin la participación de Cristina, el jefe de gobierno porteño tiene que convertir un movimiento solo unido en la reacción negativa ante el kirchnerismo en uno propositivo. Larreta, que es tan pragmático que apenas se lo puede distinguir de un peronista, se ve ganador y debe tener muy claro que las alianzas que se forman para ganar las elecciones no sirven para gobernar. La gestión de Macri es un buen ejemplo de ello. El gobierno del 70 por ciento sobre el que viene pensando no puede hacerse sin una buena parte del peronismo adentro. Pero en su endurecimiento discursivo puede regalarle al peronismo el discurso de la moderación, un bien que hoy parece más preciado que andar prometiendo shocks y medidas contundentes que asustan y son rechazados por la mayoría.
Fuente de la información: El Litoral